En la década del 80, el Servicio Agrícola y Ganadero de mi país, hizo un concurso literario sobre aves, y se me ocurrió participar con una leyenda inventada por mi, que resultó ganadora.En ese concurso se nos exigió un seudónimo y yo elegí el de Chalelón Aonken. Tuve el privilegio de que esta leyenda fuera publicada en la revista de la Sociedad Ornitológica de Chile. Hoy se las transcribo y espero les guste.
En el principio de los
siglos, mucho antes de que el hombre blanco conociera de la existencia del
continente americano, estas tierras estaban habitadas por muchas tribus. En el
sur, en todo lo que hoy conocemos como Patagonia, habitaba una gran raza que era
conocida como Tehuelches o Aonikenk, Ambos nombres, el primero dado por otras
tribus y el segundo dado por ellos mismos, significaba gente del sur.Era una
raza nómade, pacífica y fundamentalmente cazadora. Recorrían sus extensos
dominios en busca de la caza que les permitía el alimento y para ello eran
guiados por su Oipenke o Cacique.
Los aonikenk o tehuelches,
tenían por Dios del cielo a Elal y este había nombrado a Cumalasque como Dios
sobre la tierra y que era el encargado de guiar a la tribu en sus cacerías. Los
tehuelches le rendían tributo a Elal y a Cumalasque a través de oraciones que
imprimían en dibujos en la piedra de las
cuevas de la alta cordillera. Esas
pinturas de manos y guanacos, encerrados en un marco de líneas punteadas,
significaban un agradecimiento a Elal, el Dios del Cielo a Cumalasque el Dios
de las cosas terrenales. Los guanacos siempre eran dibujados en movimiento y las guanacas en
estado de preñez, indicando abundancia y continuidad. Cumalasque vivía en lo
más alto del cerro Chaltén, cerro sagrado, desde donde dirigía a las tribus
hacia los lugares de abundancia de caza. Ese cerro era tenía un encanto especial para los dioses y
para los brujos, ya que desde allí se dominaba el mundo. Una bruja muy mala, llamada Kelenken (o
espíritu del mal) deseaba sacar a Cumalasque del Chalten para ser ella la
dominadora de todas las razas que habitaban la Patagonia, pero para ello
necesitaba exterminar a los tehuelches. Usaba todo tipo de maleficios, logrando
algunas veces diezmar a muchos miembros
de la tribu con enfermedades o enfrentándolos con otras tribus y provocando
guerras entre ellos. Los tehuelches o aonikenk le temían pero también quería acabar con ella.
El Gomekin Oipenke o
cacique de todas las tribus, convoca a sus hombres a una gran reunión o consejo
para ver el modo de exterminar a Kelenken. Para ello los invita a reunirse en
un lugar muy especial para ellos: la meseta frente al lago Chelenco. Elige este
lugar por estar cercano a los lugares
sagrados de las pinturas rupestres del río Uajen (o río Pinturas) y de la cueva
del Iaten o de las piedras (el arroyo pedregoso). Hasta allí concurren cientos
de hombres: los aoniken o gente del sur, los caucas o tehuelches montañeses y
los principales jefes de todas las tribus del vasto territorio en que Vivian.
Todos llegaron ataviados con sus trajes de guerreros y solo faltaron aquellos
que Vivian muy lejos y que no pudieron llegar a tiempo.
Kelenken, que tenía espías
en todas partes, se entera de la reunión y aprovecha la reunión para lanzar una
maldición que alcanzara a todos los
reunidos y terminar con ellos. En la noche, cuando todos estaban en silencio,
ataviados con sus trajes guerreros y elevando una oración a Elal, ella pasa y
lanza su maleficio y logra convertir a todos los hombres en una extraña ave,
que no puede volar y que hasta el fin de los tiempos correrá por las pampas patagónicas,
llevando una majestuosa coronita de plumas en su cabeza, que no es otra cosa
que el atavío guerrero que llevaban los tehuelches al momento de la maldición
de Kelenken. Desde entonces, esta ave, llamada Kel o martineta corre por los
mismos lugares que ocuparon los tehuelches y en sus ojos está impresa toda la
tristeza de su extraño destino.
Cuando los españoles
llegaron a América encontraron en las
costas a los tehuelches sobrevivientes y le contaron esta historia. Nunca más
los tehuelches volvieron a estos parajes y para el hombre blanco, que no creía
en maleficios, la extraña desaparición de esta raza ha sido un misterio.
Cumalasque, al conocer lo
que le hizo la bruja Kelenken a los tehuelches. No pudiendo deshacer el
maleficio, la persiguió por todas partes hasta que logró darle alcance y la
llevó a la Youternk o cordillera y allí la abandonó en el fondo de un
precipicio, cubriéndola con miles de rocas para que no se escape. Kelenken yace
allí desde hace siglos acumulando su rabia y su odio y cuando pasan cientos de
años, intenta salir lanzando su ira transformada en un Gautpan o explosión
volcánica, tratando de que con la lluvia de fuego, cenizas y piedras matar a
todas las martinetas de la pampa porque sabe que al final de los tiempos todas
ellas se reunirán con Cumalsque en el Chalten y desde allí se irán al cielo con
Elal.
Elal, que amó intensamente
a los tehuelches, les dejó escrito en el cielo
la ruta para su raza para que algún día puedan reunirse con él. Allí está el rastro de la avestruz,
el guanaco, la cruz del sur que les indica el camino a seguir y la vía láctea
que no es otra cosa que el polvo que levantan en el cielo perseguidos por los tehuelches que ya se han reunido con
Elal.
Las martinetas o Kel,
mientras tanto, reinan en las pampas patagónicas y a pesar de ser perseguidas
por el hombre blanco, han logrado sobrevivir y esperan confiadas el momento en
que Cumalasque, el Dios de la Tierra, las llevará a reunirse para siempre con Elal, el Dios de
los tehuelches.
Chalelón aonken
(Mariposa del Sur)