En el año 2018, comencé a transcribir unas notas contenidas en dos cuadernos, escritas por una señora, cuyo nombre y apellidos no los conozco. Solo firma como E de y el apellido del marido aún no lo puedo descifrar. Estos cuadernos llegaron a mis manos de parte de un jovencito de más o menos 17 o 18 años que era amigo de mis hijas. Vivía en Coyhaique y venía a Chile Chico, así que solíamos invitarlo almorzar o a la hora del té. Como supo de mi interés por la historia, me trajo estos cuadernos que pertenecían, no sé si a su abuela o bisabuela. No regresó a buscarlos, nunca más supe de él y he conservado los dos cuadernos de manera impecable por un poco más de treinta años. Hay muchos relatos, la señor E, escribía sobre política, religión, economía y sus vivencias y son escritos entretenidos que compartiré en este blog. Intento algún día donar estos cuadernos a algún Museo de Pucón Ayer dije que ella había llegado a Pucón en el año 1912, la verdad es que llegó, al parecer en 1910.
Aquí les dejo el relato sobre la raza araucana y hago especial mención de que ella habla de araucanos y no mapuche
La raza araucana
Se dice que tenían antes un fuerte en Arauco.
Vicuña Mackena, en su "Guerra a muerte" ha mencionado la gran valentía y moral de
esta raza. Yo pude ver algo de esto cuando el año 12, fuimos invitados por el
cacique Cesáreo Antinao a su reducción, o sea donde vivía él, en el valle de
Trancura. En una pampa grande que era un pedazo de terreno plano, sin plantas.
En un alto estaba la ruca de él, típica araucana y donde creo que por nada del
mundo habría modernizado algo. En un gran círculo alrededor de la pampa, las
chozas de las mujeres. En el centro jugaban los niños. Claro que al llegar, se
perdieron todos no sé dónde, pero cuando el cacique les gritó en su lengua que
eran buenos amigos, llegaron de todos lados, también algunas mujeres con su
huso y la muchacha que estaba moliendo algo en una piedra grande sobre un
cuereo curtido. Los niños jugaban a la chueca, que recuerda ser pariente del
golf y así les enseñaban ha tener puntería y hacer fuerza. Otros se pescaban
del pelo y trataban de derribarse o se daban de carnerazos agarrados del pelo
que por lo general era bastante largo y “bien poblado”, así se les endurecía el
cráneo para más tarde pelear la “lonco-lonco.
Las niñitas estaban alrededor repartidas,
algunas trataban de hacer bailar el huso con un poco de lana, y las más chicas,
con un palo redondo envuelto en trapos de color y a veces con cintas, jugaban a
las muñecas. No era difícil hacer una “muñeca araucana” pues no necesitaba ni
brazos ni piernas, todo en ellas estaba amarrado hasta arriba y solo asomaba
una carita de palo, porque la cabeza también estaba amarrada con un trapo
triangular, parece que tenían antes de nosotras, esa moda. Los mocositos bien
chicos que no tenían nada más que un trapo de forma cuadrada amarrado con un cordón
rojo de lana, estos tenían montoncitos de piedras redondas y trataba de tirarlas
a un hoyo que habían hecho. Me dijeron como se llamaba este juego, pero no lo
recuerdo.
Desgraciadamente con la muerte del cacique se
acabó todo esto, y los “mapuche” de hoy día tienen vergüenza de de contar algo
de sus costumbres y decir que descienden de una raza valiente y respetuosa
entre ellos.
Esto no quiere decir que los unos se comían las
potranquitas del otro y viceversa. Dicho sea de paso, ningún mapuche habría
montado una yegua. Estas eran para la trilla, que se hacían todas a yegua y
cuando estaban viejas las engordaban y hacían el rico charqui, que lo llevaban
en el bolsillo y lo comían crudo como nosotros comemos el maíz tostado. Decían
que cuanto más vieja la yegua, más blando salía el charqui. Creo que también
esto ha cambiado, pues cuando la carne sale dura se dice que el buey sería
viejo…
El araucano era muy respetuoso entre sí.
Cuando salían, primero venía el hombre, unos pasos más atrás venía la mujer,
después los hijos hombres y después las niñas. Todos con la cabeza agachada
mirando el suelo en señal de respeto y también porque las sendas eran muy
angostas y jamás se les habría ocurrido a alguien salirse de la fila.
También esto ha cambiado con la
civilización, pues ahora corren los niños adelante olvidando que los viejos a veces
no pueden correr tanto y ningún niño grande sale con sus padres, pues tienen
sus grupos, les daría vergüenza salir con sus viejos.
Cuando preguntamos al cacique que cuantas
mujeres podían tener, nos mostró unos cuantos graneros grandes, hechos de
tablones de raulí que buscaban y dejaban pulidos y cepillados con una especie
de azuela que la manejaban con maestría. Nos dijo “Tanta comida hay en los graneros,
tantas mujeres podían tener con hijos, para criarlos gordos y grandes. Sabemos
que algún día venir huincas y quitar todo”. No estaba muy equivocado, no ha
habido ninguna invasión blanca, pero creo que hoy en día no quedan muchos
restos del cacique. Encontré hace algunos años a un mapuche grande, que me
saludó diciendo que era hijo de don Cesáreo, pero creo que tiene un pequeño
predio y no es cacique ni cosa parecida, solo el gran orgullo de llevar el
mismo nombre. También había olvidado al guanito que yo tuve de compañía hace
tantos años y me dijo que lo iba a traer. Cual sería mi sorpresa cuando llegó
un gran hombre que me mira con cariño y me abraza efusivamente diciéndome que
siempre me recordaba con cariño. Las niñas jóvenes de los mapuches hoy día se
nombran paisana y casi todas se emplean en las casas, hoteles o residenciales y
son orgullosas de sus uniformes o delantales blancos y una me decía con orgullo:
“hoy día ser paisanos, todos ser chilenos.
Creo que hoy día ninguna Fresia
tiraría a su hijo a los pies de su Caupolicán.