Transcribo esta carta que me ha llegado hoy a mi correo de una fuente muy confiable. Es necesario conocer todas las miradas y solicitar al Estado de Chile que se deje de preocuparse de pequeñeces y actúe como debe hacerlo cuidando a sus ciudadanos, a todos, no solo favoreciendo a unos pocos.
Esto lo escribió Juan Ignacio Monge hoy en la noche, mientras se
quemaba el fundo Rascacielos de su hermano Lucho. Por favor compartanlo A
Chile y al mundo:
La nueva Tierra del Fuego
Escribo
esto mientras mi hermano arranca de las llamas de un incendio
incontrolable y con el que se están quemando junto con sus sueños, ya no
sus ahorros, sino su última línea de crédito.
Un
incendio intencional y dirigido, con más de un foco. Otro más de los
miles que han venido ocurriendo por años en la región de la Araucanía, y
que seguramente no saldrá en las noticias.
Mi
hermano desde niño amó la tierra donde nos criamos, y desde muy temprana
edad inició pequeños emprendimientos con los que se ganaba unos
valiosísimos pesos en el verano. Recogía rosa mosqueta y lo vendía en la
carretera; recogía el trigo que los harneros de las máquinas
trilladoras desperdiciaban, lo limpiaba y lo llevaba a moler al pueblo,
para vender harina. Después tuvo una pequeña crianza de chanchos que
procesaba artesanalmente.
Así, mientras mi verano era sudar
persiguiendo liebres, o pelotas de futbol, el verano mi hermano se
trataba de sudar labrándose un camino que sabía que no se lo
facilitarían las aulas universitarias, sino el trabajo duro en el campo.
Así
se fue tejiendo una relación simbiótica, un destino irremediablemente
atado a su tierra, a su gente, que al igual que mi padre, lo llevó a
establecerse en la Araucanía.
Con un puñado de
conocimientos de técnica agrícola, y con una alta dosis de obstinación,
logró levantar con mi viejo nuevos cultivos impensados para esas
tierras de secano. De esta manera, de una agricultura de tierras
cansadas por los cultivos tradicionales de granos, y cercada por las
empresas forestales que compraron y plantaron TODO a su paso, el campo
cobraba nuevos bríos y pasaba a dar trabajo ya no a los 6 viejos de
siempre, sino hasta a 150 personas en temporada, la mayoría de ellas
mujeres, hijas, madres y abuelas juntas. Mujeres que no tenían NINGUNA
opción de trabajar en otra cosa.
Hoy es casi
anecdótico recordar cómo hacían fila los fiscalizadores (Laborales,
Sanitarios y de Impuestos Internos) para revisar planillas y contratos;
baños, lavamanos, comedores; facturas y guías de despacho. “El delito
de dar empleo”, refunfuñaba mi viejo, cuando tenía que viajar por
enésima vez a Temuco a cambiar un empalme de agua, o el excusado de un
baño por no cumplir con la norma. Se veía un poco absurdo, pero era la
ley, y “la ley se presume conocida por todos” y toda esa patilla.
Hoy
día el “delito” es otro y no tiene nada que ver con cumplir con leyes y
reglamentos, y es el hecho de vivir, de residir, de trabajar y
alimentar a tu familia en la zona de “reivindicaciones históricas”. Sólo
eso te convierte en un blanco potencial, y te confina a vivir aterrado
con el mínimo ladrido de un perro en la noche, a temer por tu vida, por
tu familia, o por la de tus vecinos, y por todo por lo que le has
vendido al alma al Banco.
Un problema político
del que no tienes arte ni parte y que el ESTADO no es capaz de
solucionar. No importa que tengas excelentes relaciones con tus vecinos,
muchos de ellos mapuche. No importa que des trabajo (también a
mapuche). No importa cuánto esfuerzo, sudor y lágrimas, le estés
metiendo a tu trabajo. No puedes vivir ni trabajar en paz.
En
el intertanto, las compañías de seguros no te aseguran tus bienes, las
cuotas de los créditos bancarios y los leasing se vencen; la gente a la
que le diste trabajo la tienes que despedir, y tu vida y tus sueños se
van al carajo. Y ni siquiera paga Moya. Te jodes.
La agricultura que no logró desplazar el avance forestal, hoy está siendo aniquilada por el terrorismo étnico.
Aunque
no les guste a los actuales detentadores del poder Estatal, nuestra
Constitución Política consagra que el ESTADO “está al Servicio de la
persona humana y su finalidad es promover el bien común, para lo cual
debe contribuir a crear las condiciones sociales que permitan a todos y
cada uno de los integrantes de la comunidad su mayor realización
espiritual y material posible, con pleno respeto a los derechos y
garantías que esta Constitución establece.
Es deber del Estado
resguardar la seguridad nacional, dar protección a la población y a la
familia, propender al fortalecimiento de ésta, promover la integración
armónica de TODOS los sectores de la nación y asegurar el derecho de las
personas a participar con igualdad de oportunidades en la vida
nacional”
Por eso escribo esto con impotencia.
Porque mientras en el país la pendejería política está ocupada en cómo
se financia la política, de Arauco al Sur se vive en una nueva “Tierra
de Fuego”, donde ha habido inocentes muertos y heridos (física y
emocionalmente), y donde el “Estado de Derecho” depende de tu suerte y
de una patrulla de carabineros con balines de goma.
Un
“seguro estatal contra incendios” sería otro parche más y otro
gastadero de plata que NO soluciona el problema que se vive a diario en
la zona. Es de nuevo salir a “callar con plata”, como lo ha sido la
compra de tierras.
La hora de “ponerse los
pantalones” pasó hace rato, y cada día que el ESTADO mantiene abandonada
a su suerte a los habitantes de esta zona “de conflicto” atenta no solo
contra su derecho de propiedad y contra la libertad económica, sino
contra algo mucho más elemental como lo es la integridad física y
psíquica de las personas. El derecho básico a vivir en Paz.