lunes, 29 de septiembre de 2014

Viaje a Pucón en 1912 ( Cuaderno de notas)

Continuando con la transcripción del cuaderno de notas, hoy les entrego parte del relato de la señora E. sobre su primer viaje, recién casada, para radicarse en Pucón.



Viaje a Pucón en 1912


El viaje desde Valparaíso a Loncoche se hizo sin novedad, o sea novedoso por los distintos pueblos del sur donde a menudo salían a la estación, mapuches a vender sus tejidos, que eran su negocio, las avellanas tostadas, los chupones y algunas cosas de alfarería  que yo miraba sin ocurrírseme para que servirían, más tarde aprendí a usarlas y hpy día son adornos de muchos grandes salones. Al fin se llegaba a Temuco, donde paraba el tren mucho rato. Allí si que habían muchos araucanos con sus preciosos tejidos, desde las prácticas alforjas hasta los lindos ponchos que solo ellos hacían tan bien y los teñian con colores que sacaban de las plantas y flores y que no se desteñían con nada. Eran en todo sentido, artículos de lujo. Compramos varios sin saber que aquellos se iban a colocar en las ventanas en protección del frío temporal y para que no pasaran las balas locas. Llegamos a Loncoche, un pueblo sin importancia pues Pitrufquén era la cabecera del departamento. Cerca de la estación había un hotel casi exclusivamente para los viajeros comerciales y pasajeros del tren. Durante el día bastante triste, buena comida y bastante chicha de manzana pero desde la tarde a media noche se oia mucho ruido y risas pues se juntaban los caballleros a tomar sus copas y a jugar, parece que era la única entretención. Era fin de marzo y me decían que en octubre podía empezar el buen tiempo, pero que entre medio venía el veranito de San Juan y este duraba a veces hasta una semana. Yo suspiraba pero pensando que la gente aumentaba tanto las cosas y como sabían que yo no sabía ni sé nada, querían meterme miedo.
Pero muy luego note que seguía lloviendo a chuzos y lñas calles eran verdaderos barreales pues las veredas eran reemplazadas por troncos y bastante altos, esto servía para apearse del caballo decían.
Delante de las casas había un varón grande para atar las bestias que eran muy dóciles y tenían una paciencia increíble, pues sus dueños a veces  se calentaban el cuerpo días enteros después de haber hecho sus compras, ellos los nombraban “los vicios”. Estos consistían generalmente en cigarrillos, yerba, azúcar, fósforos y jabón y se me olvidaban la botella de parafina para el chonchón, no existían los cómodos tarros de Esso y cuando el corcho no era bueno y el jinete llegaba a todo galope a su casa, no solo él estaba emparafinado sino que el azúcar, la yerba y los cigarrillos igual .Más de una viejita que esperaba días enteros su yerba para el mate, se tenía que tonificar y se decían entre ellas: Comadre tiene un poco de parafina pero dicen que es buena para el pulmón, una meica receta 10 gotas en un terrón de azúcar y yo no creo que la yerba tenga más que eso.
Por fin un día mi marido le escribió a su hermano Otto a Villarrica que mandara el primer día bueno una carreta lo más apropiada para mi viaje. Esta carreta reconozco que fue arreglada con mucho cariño  con un toldo grande de carpa y varios sacos de paja para amortiguar los golpes, los mejores bueyes gordos para sacar la carreta del pantano. Yo emprendí el viaje sola, con un viejo servidor de mi cuñada y su viejita para acompañarme y al mismo tiempo hacer sus compras en el pueblo. Yo miré este vehículo y lo encontré bastante divertido, cuando se es joven gusta todo lo nuevo y divertido.
Al siguiente día temprano emprendimos el viaje, yo sola con este matrimonio pues mi marido tenía que ir a Valdivia para comprar los víveres para todo el invierno, no podíamos esperar el veranito de San Juan. Llovía, llovía y llovía y empezó el viejoito a canturrear “parece jardín, parece jardín. A la media hora fastidiada con su canto y con tantos golpes pues para no sumergir la carreta en el barro había troncos gruesos atravesados y las ruedas eran de palo masiso, saltaban alegremente de un tronco a otro, eran tantos los golpes que a veces casi tumbaban la carreta y los sacos de paja bailaban de un lado a otro, pero mi buen carretero seguía cantando “parece jardín”, de repente le digo fastidiada “oiga iñor que es lo que parece jardín” y él lleno de bondad me dice: Los bueyes señorita, este es Parece y este es Jardín y me los presento alegremente con la picana. Esto fue una pequeña alegría. Una hora más tarde le pregunto a la buena viejita ¿Señora nos falta mucho?, no es mucho me responde, son dos lomas no más, después de la primera llegaremos a Huiscapi y allí llegaremos a merendar. Para no aparentar más ignorancia no le pregunte nada más. A medio día paró la carta y la buena señora se acerca a mí y me dice con disimulo y cariño: Si su  mercé quisiera miar, allí hay matas y mi viejo no mira nunca. Francamente se lo agradecí y le dije con discreción que estiraría las piernas un rato pues me dolía todo el cuerpo con los golpes y la viejita me meiró con cariño y me dijo ¡tan jovencita y tan señorita!. Cuando me bajé de la carreta, ella me gritó ¡para ese lado está mejor y me muestra unos cuantos boldos bien tupidos. . Cuando los bueyes y todos habíamos “estirado las piernas” siguió el viaje de la misma forma. Hubo otro descanso detrás de una loma y fue para sacar el termo con café y comer unas presas de pollo. Les convidé a mis amigos ( pues se dice que a golpes se hacen las amistades). Yo tomé mi café y ellos hicieron un fuego para calentar agua para tomar mate y tomaban ambos. De repente la viejita le pasa el pañuelo a la bombilla y me pasa el mate diciéndome: tenga la bondad de aceptrme un matecito. Yo avergonzada le dije, no muchas gracias, yo no tomo mate, pero ella insistía diciendo que el mate era bueno. No encontrando otra disculpa, le digo Yo no chupo donde chupan otros, parece que la ofendí, pero después reaccionó pensando que yo no era de la región y me dice: Estoy segura que si se queda algún tiempo le va a gustar el mate.. (continuará)

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