Durante muchos años Aisén fue una zona de confinamiento voluntario. En lejanos lugares se instalaron familias que comenzaron abriendo senda a machetazos hasta llegar a un terreno llano e instalarse allí. Todas sus pertenencias se transportaban en pilchero, único medio de transporte de carga. En muchas zona no existía la posibilidad de llegar con una carreta. Se vivía en la precariedad absoluta de elementos y todo lo que se tenía se cuidaba y mantenía. Cuando el dueño de casa salía una vez al año a hacer sus compras, normalmente en algún poblado argentino, traía la harina, la yerba, el azúcar, la sal y todas aquellas especies que ellos no pudieran producir. A veces llegaba con algunas golosinas para sus hijos. Así por ejemplo las hermosas latas de galletas Terrabussi se convertían en receptáculo del azúcar. Si se llegaba a comprar un tarro de mantequilla La vaquita, este tarro pasaba a convertirse en lechero, las cajas de calugas Tofee se convertían en costurero, las bolsas harineras pasaban a ser sábanas, cortinas e incluso ropa interior. En casi todas las casas la gran adquisición fue la máquina de coser, después el molinillo que servía para moler las legumbres, el trigo y el café que se compraba en grano. La música siempre fue acompañada por una guitarra, elemento casi indispensable en la ruda vida del campo. La guitarra era casi sagrada y nadie más que el dueño o la dueña la tocaban, las cuerdas eran escasas y el deleite de una pieza musical alegraba a todos los miembros de la familia. Muchos años después se introdujo la radio, primero, los más pudientes tuvieron una radio a batería que cargaban con algún molino de viento artesanal, luego con los años vino la radio a pila. Yo recuerdo mis años de adolescencia cuando llegaron los pic-up a pilas. Quienes teníamos uno solíamos ser invitados a muchas fiestas y cuidábamos las pilas como hueso santo. Aprendimos a cargarlas o recuperarlas calentándolas y también pasando la parte de atrás de un lápiz a mina. Eran otros tiempos, tiempos de cautela económica, de cuidado de los bienes. Hoy todo es desechable. Recuerdo las sábanas de tocuyo, luego las de crea, blanca y cruda. La crea cruda debía pasar por un largo proceso de lavado para ser blanqueada, incluso se ponía en lejía (agua con ceniza) para quitarles ese color feo que tenían y para hacerlas más suaves. Eran sábanas que duraban muchos años y en ellas las mujeres de muy niñas aprendían a bordar y había una verdadera competencia entre las jóvenes de quien bordaba más bonito. Los hilos se encargaban al jefe de familia en su viaje anual y después se le compraban a los mercachifles. En los pueblos como el mío todo eso se encontraba ya que había bastante comercio. Muy atrás han quedado esos tiempos. Hoy Aisén está comunicado de norte a sur por la carretera Austral y podemos encontrar en todos los pueblos negocios que nos abastecen de todo y además nos acostumbramos hace rato a vivir en la cultura de lo desechable. Hoy parece no le vamos a dejar a nuestros hijos esas reliquias que tenían nuestros padres. Un comedor que sirvió durante toda una vida o una alacena o “trinche”. Hoy basta ir a la tienda más cercana o comprar por Internet para renovar toda la casa y así vamos desechando las cosas y nuestros muebles, nuestro objetos no tienen historia como la que tenía aquellas cosas en casa de nuestros padres o abuelos. En lo personal yo no tengo recuerdos materiales de la casa de mi infancia, ya lo conté en otra oportunidad y tal vez por eso me dedico a rescatar la historia de las personas.
Cuánta verdad hay en tus palabras, ahora todo es desechable. Yo tenía una cajita de toffees roja ovalada y se usaba de costurero para guardar los hilos. Usábamos sábanas de crea, manteles de granité que había que bordar y que he heredado, pero no sé que pasará con tantas cosas que guardo. Los jóvenes prefieren lo que está de moda y todo esto son antigüallas para ellos.
ResponderEliminargracias por los recuerdos.
De pronto se van pelear todas esas cosas. Yo daría cualquier cosa por tener los manteles bordados de mi madre, los cuellos de frivolité de mi abuela, los tejidos a crochet y las sábanas de crea bordadas con calados en Richeliu ¿te acuerdas?. Yo nunca tuve habilidades manuales, pero igual aprendí a tejer a crochet, con naveta, a palillos y a cocer. Aún mantengo mi máquina de coser marca singer , manual y eléctrica comprada en 1952. Fue lo único que se salvó porque estaba prestada. Así es la vida. Un abrazo.
ResponderEliminarAprendí a coser mi querida beatriz, pero tambien a cocer los alimentos.
ResponderEliminarGuardo el molinillo de café que había en mi casa en Punta Arenas y el filtro inglés de agua junto a la máquina negra de escribir Remington. Mi mamá todavía tiene el trinche en el comedor. Seguro que aprendiste a cocer y coser. Cariños Beatriz.
ResponderEliminarSi, aprendí a coser y a cocer y sigo insistiendo que los duendes juegan en la web. Yo recuerdo un trinche en mi casa barnizado de un color anaranjado, con sus cantos redondeados y recuerdo también el mueble esquinero de mi abuela. ¡que pena que esas cosas ya no estén!
ResponderEliminarQuerida Danka: Los recuerdos más importantes los lleva una en el corazón. Esos no te los puede quitar ni un incendio, ni nadie.
ResponderEliminarPor otro lado es triste constatar lo que dices, esa falta de cuidado por las cosas que tanto costaron en su momento. Me encantó el término "cautela económica".